"(...) entre los lamentos se filtra un brillo tenue de tímida alegría, como si fuera este el único lugar de la tierra donde es verdad que la vida sigue. Aquí, en el centro de Atenas, uno termina por juzgar increíble que en el fondo la vida siga tan vibrante, renaciendo con fuerza a cada momento".
'El centro de Atenas', Enrique Vila-Matas.En los países que se hunden en la alegría los perros ladran sabiéndose tan pobres como afortunados. Al fin y al cabo holgazanean bajo la mejor luz del mundo. En esos países fracasados las fábricas, que han dejado de echar humo, están rodeadas de solares. Sobre ellos crecen malas hierbas que se ven bellas. Por las playas las gaviotas gritan sobrevolando hoteles abandonados, en los que ya sólo pernoctan vagabundos felizmente ebrios. Un paraíso paupérrimo.
Veo todo esto desde un autobús que no recuerdo dónde cogí ni dónde me lleva. Un tipo saca una guitarra y toca la odisea espacial del tuerto, otro ofrece una botella mientras lía con dificultad un cigarrillo. Las hebras de tabaco vuelan balanceadas por el viento cálido que entra por las ventanillas. La torpe interpretación transcurre mal que bien pero Venus, haciendo un guiño al músico, se alza imponente sobre el horizonte. El sol me da unos últimos minutos para seguir emborronando el cuaderno con las maravillas de la ruta. Hasta que en el crepúsculo el conductor hace un alto en el camino. Aprovecho para mear entre flores durmientes y cruzo la mirada con un perro pastor. Es hora de que el campo de estrellas ilumine las pupilas de los que celebran el fin del mundo. Al retomar la marcha el guitarrista toca Rebel, Rebel. Le seguimos todos, entonando el estribillo en nuestro pésimo inglés.