Periodista y fotógrafo

Ya está disponible el Informe 155





Informe 155

La historia en fotos que se narra en Informe 155 es sencilla. Muestra a vuelapluma la Barcelona que me encontré durante un breve viaje de tres días, en diciembre de 2017. Cuatro días antes que se celebrasen las elecciones, tras la aprobación del artículo 155 de la Constitución por parte del Gobierno de España.

La visita me produjo sentimientos encontrados. Por una parte se respiraba tranquilidad y cierto aire festivo en esta ciudad bella y plagada de gente excepcional. Pero también percibí cierta desolación. En esto puede influir que la Barcelona que yo conocí hace años, llena de amigos, había cambiado porque ellos, poco a poco, se habían marchado casi todos. La vida nos llevó a todos por destinos insospechados.

Así que tuve cierta sensación de ser una especie de fantasma que vagaba por un escenario conocido y, sin embargo, muy extraño. Pensé en aquello que decía mi amigo Nacho: Barcelona es más moderna porque llueve más y es una lluvia fina. Tal era mi estado que incluso cuando pasé Via Laietana no me fijé en el banco en el que Enrique Vila-Matas se había encontrado hace una eternidad a Leopoldo María Panero.

Este es el Informe 155.

Ramón Peco. 27 de diciembre de 2017.

¿Quieres un ejemplar? Escríbeme un correo a ramonpeco@gmail.com y pon en el asunto Informe 155. Precio del ejemplar 5,5 euros (gastos de envío incluidos a España y Canarias). Para pedidos fuera de España por favor consultar. También se realizan intercambios con otros fanzines.

P.D. Para Olmo González. Prometo que colgaré en breve el PDF para que cualquiera se pueda imprimir su ejemplar.
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La vibración de una gota de lluvia

La Ferroviaria es el colegio en el que estudié cuando era crío. Los niños que ahora estudian allí ya no corren por los pasillos del viejo edificio abandonado. Van a clase en unas nuevas instalaciones que le dan la espalda. En ocasiones paso junto a la antigua Ferroviaria e intento observar su interior. Un día pude ver mi primera clase por una ventana que permaneció varios días rota. Aunque no soy muy melancólico observar ese espacio me puso el vello de punta. Tenía seis años cuando veía el mundo al otro lado de aquella ventana.

Ayer por la mañana, estresado, salí a tomar un poco de aire. Me senté en un banco cerca de la Ferroviaria e intenté desentenderme durante un rato de los problemas. Embelesado en mis pensamientos no percibí el alboroto de los chicos que estaban en el nuevo patio del colegio. Al cabo de un rato escuché a un montón de niños que me gritaban al otro lado de una enorme valla: — ¡Señor, señor! Me levanté y les pregunté qué era lo querían. Huyeron espantados como una bandada de gorriones. Me volví a sentar sin darle importancia a lo que había pasado. Pero un grupo de ellos regresó y me gritaron: — El balón, denos el balón. Me dirigí hacia dónde estaba el balón que habían lanzado al otro lado de la valla. Lo cogí y lo mandé de vuelta al patio. Una profesora les pidió que me dieran las gracias y todos lo hicieron al unísono.

Me sentí bastante emocionado y extrañado por lo que acaba de pasar, pues de repente descubrí que yo mismo había protagonizado esa escena hace muchos años. Aunque a la inversa. Cuando estudiaba en la Ferroviaria el sitio dónde ayer me encontraba no era un parque, era una huerta que cuidaban los ferroviarios de la cercana estación de tren, hoy desaparecida. De vez en cuando mis compañeros y yo lanzábamos demasiado alto el balón y se colaba en aquella huerta. No nos quedaba más remedio que pedirle con cierto temor a aquellos hombres que nos lo devolvieran.

Al volver a casa llamé por teléfono a un amigo. Le conté la experiencia y le expliqué que aquello me había hecho recordar la historia de la carpa del estanque, con la que el físico Kaku Michio cuenta cómo podemos percibir otras dimensiones: Un día en el que visitó el jardín de té de San Francisco observó una carpa en un estanque mientras llovía. Pensó que aunque esta no pudiese ver el mundo que hay por encima de ella si podía sentir las ondas que se forman en el agua cuando caen gotas de lluvia. Gracias a esas ondas quizá intuía la existencia deun mundo exterior.

Mi amigo, que es filólogo, me puso un ejemplo sobre lo torpe que es nuestra percepción del tiempo. El vocabulario con el que nos referimos a él es idéntico al que usamos para hablar del espacio: Ha pasado muy rápido esta semana, que larga se me está haciendo la espera, fue como volver a la infancia…

Eso me ha hecho entender mejor la extraña sensación que experimenté ayer. La vibración de una gota de lluvia en el estanque del tiempo me había hecho comprender que yo era a la vez uno de los niños que pedía el balón y la persona que se lo devolvía. La escena pertenecía por igual al presente y al pasado.
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