Cuentan que Edward Munch sólo logro vivir una suerte de cotidianeidad en su depresiva vida cuando estalló la segunda guerra mundial. Sólo cuando los nazis invadieron Noruega el hombre que plasmó la angustia de la existencia en El Grito logró una cierta paz, el desasosiego colectivo que arrasaba Europa le hizo sentirse integrado en aquel mundo en llamas.
Al margen de la patología que Munch arrastrase es seguro que no hizo por combatirla empapando de amor sus épocas de agobio y por ello la vida entera, a excepción del mencionado periodo, se le hizo insoportable. En el prefacio de "El Retorno de los brujos" habla Louis Pawels, uno de los dos autores que firman la obra, de su padre:
Incluso la época del agobio es digna de respeto, pues es obra, no del hombre, sino de la humanidad y, por lo tanto, de la naturaleza creadora, que puede ser dura, pero jamás absurda. Si es dura la época en que vivimos, tanto más debemos amarla, empaparla de nuestro amor, hasta que logremos desplazar las pesadas masas de materia que ocultan la luz que brilla al otro lado.
Yo también memoricé aquellas palabras en cierta época de agobio hace años y a mi también me ayudaron a desplazar las pesadas masas de materia. En todo el tiempo que medio entre las penumbras y la luz descubrí que ni la luz desaparece nunca por completo ni la oscuridad es capaz de sepultarlo todo. Que la luz brille o que las tinieblas permanezcan es una cuestión de percepción. Al fin y al cabo el Sol sale todos los días, nos demos o no cuenta.