Periodista y fotógrafo

Dimitris Christoulas

Dimitris Christoulas memorial


“El Gobierno de Tsolakoglou ha aniquilado toda posibilidad de supervivencia para mí, que se basaba en una pensión muy digna que yo había pagado por mi cuenta sin ninguna ayuda del Estado durante 35 años. Y dado que mi avanzada edad no me permite reaccionar de otra forma (aunque si un compatriota griego cogiera un kalashnikov, yo le apoyaría), no veo otra solución que poner fin a mi vida de esta forma digna para no tener que terminar hurgando en los contenedores de basura para poder subsistir. Creo que los jóvenes sin futuro cogerán algún días las armas y colgarán a los traidores de este país en la plaza Syntagma, como los italianos hicieron con Mussolini en 1945″.

Nota de suicidio de Dimitris Christoulas.
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Ruta por el país fracasado


"(...) entre los lamentos se filtra un brillo tenue de tímida alegría, como si fuera este el único lugar de la tierra donde es verdad que la vida sigue. Aquí, en el centro de Atenas, uno termina por juzgar increíble que en el fondo la vida siga tan vibrante, renaciendo con fuerza a cada momento".  
'El centro de Atenas', Enrique Vila-Matas.
En los países que se hunden en la alegría los perros ladran sabiéndose tan pobres como afortunados. Al fin y al cabo holgazanean bajo la mejor luz del mundo. En esos países fracasados las fábricas, que han dejado de echar humo, están rodeadas de solares. Sobre ellos crecen malas hierbas que se ven bellas. Por las playas las gaviotas gritan sobrevolando hoteles abandonados, en los que ya sólo pernoctan vagabundos felizmente ebrios. Un paraíso paupérrimo.

Veo todo esto desde un autobús que no recuerdo dónde cogí ni dónde me lleva. Un tipo saca una guitarra y toca la odisea espacial del tuerto, otro ofrece una botella mientras lía con dificultad un cigarrillo. Las hebras de tabaco vuelan balanceadas por el viento cálido que entra por las ventanillas. La torpe interpretación transcurre mal que bien pero Venus, haciendo un guiño al músico, se alza imponente sobre el horizonte. El sol me da unos últimos minutos para seguir emborronando el cuaderno con las maravillas de la ruta. Hasta que en el crepúsculo el conductor hace un alto en el camino. Aprovecho para mear entre flores durmientes y cruzo la mirada con un perro pastor. Es hora de que el campo de estrellas ilumine las pupilas de los que celebran el fin del mundo. Al retomar la marcha el guitarrista toca Rebel, Rebel. Le seguimos todos, entonando el estribillo en nuestro pésimo inglés.
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