No descubro América al decir que la fotografía vive hoy uno de sus mejores momentos. Esto se debe, en gran medida, a la irrupción de la tecnología digital, la cual ha permitido, de una vez por todas, que abunden los buenos fotógrafos amateur, algo que en ocasiones molesta al profesional.
El amateur, de lo que sea, en su sentido original es aquel que ama una determinada actividad y la practica. Sin embargo, muchos utilizan el término de forma casi despectiva. No hay que infravalorar al que desarrolla un trabajo sin pretender vivir de él, sobre todo porque muchos profesionales, quizá por serlo, no impregnan de amor a su obra, por muy bien que dominen la técnica. De hecho, lo peor que puede hacer el profesional es despreciar al amateur, acomplejarlo. Con ello, lo único que logra es despreciar a la propia fotografía. Poner zancadillas en nombre de la perfección es una actitud de lo más conservador.
En los comienzos de la fotografía no existían profesionales porque sencillamente no había una técnica única a seguir, eran tiempos de una apasionante libertad. El primer libro de fotografía, el
Manual de Daguerre, era simplemente una guía de referencia. Hoy, cuando los procesos digitales y analógicos están bastante dominados, el fotógrafo que vive de sus fotos se basa en el dominio de los mismos, como el jurista en la ley, para imponer su criterio frente al amateur, el eterno discriminado.
Sin embargo, el amateur es el gran protagonista de la actual historia de la fotografía. Principalmente, porque la calidad técnica de los procesos digitales, y su popularización, ha permitido que las instantáneas de los que no están en la trinchera del profesionalismo sean en muchos casos técnicamente notables. Pero donde verdaderamente triunfa el fotógrafo amateur es en la vitalidad que logra impregnar en sus imágenes, esa es una carrera que está ganando inesperadamente.
El amateur es libre, no está condicionado por los caprichos del mercado, y los procedimientos técnicos a los que puede acceder, sin ser la más precisos, son idóneos para plasmar la vida en sus fotos. Ciertamente, el oficio del profesional es algo sumamente valioso, pues el gremio de fotógrafos es un gremio de alquimistas de la luz que nunca debe ser olvidado.
Muchos fotógrafos amateur, notablemente dispuestos a arriesgar, infravaloran el trabajo de aquellos que pueblan los estudios de fotografía de todo el mundo, cada vez más escasos por otra parte. En muchos de esos estudios se han forjado durante los dos últimos siglos la memoria visual de nuestros días. Por todo ello, ambos mundos deben luchar por entenderse, por cohabitar, por dialogar. La opción de eclipsarse mutuamente no es una verdadera opción.