Periodista y fotógrafo

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La gente baja

Este cronista nació en país pobre y en una ciudad pobre. Un país en el que en 1973, cuando yo llegaba al mundo, dos muchachas gitanas, Las Grecas, hacían bailar a las clases más humildes. Era aquella una España que tenía que calcular con precisión lo que ponía en la mesa cada día, y en la que era fácil ver la cortina tapando el tabique en vez de la puerta cerrando la casa.

Hoy tenemos miedo de la recesión económica, pero no es de eso lo que deberíamos tener verdaderamente miedo. Deberíamos tener miedo de nuestra desilusión, de nuestra pasividad, y de nuestro ensimismamiento. Aquella España dominada por una dictadura criminal y conservadora era, paradójicamente, en muchos aspectos positiva, progresista y auténtica. Había ilusión por el futuro. Justo lo que a nosotros nos falta ahora mismo.

La cultura de la pobreza
Es conocido el discurso que Antonio Gamoneda, al ser proclamado Premio Cervantes, leyó ante el Rey De España. En él hablaba de "un estado pasional del pensamiento nacido en la pobreza y servido por el infortunio", una "cultura de la pobreza", diferenciable de la que "prospera a partir de una situación privilegiada". Pues bien, quizá nuestro problema sea que nuestra cultura actual está basada en una riqueza posesiva.

La palabra recesión es sólo eso, una palabra, una cortina de humo, que enmascara nuestro miedo al futuro, y cuando alguien tiene miedo al futuro en verdad lo que tiene es miedo de sí mismo.

¿Nos preocupa ser más pobres? Claro que nos preocupa, por eso rechazamos al pobre, al inmigrante, al gitano, tenemos miedo de ser sus iguales, de que nos contagien su pobreza. Tememos ser "gente baja", que se dice en la Mancha. Pero quizá ser más pobres de lo que hoy somos pueda llegar a ser liberador. Para que la partida avance a veces es necesario perder. Sólo entonces las cartas se barajan de nuevo y tenemos una nueva mano. La propiedad, la posesión, son pesadas cargas para muchos. El dueño de algo también es un guardián abocado a la vigilia.

Es interesante comprobar como algunos se ven forzados ya a entregar sus propiedades, sus viviendas sobre todo, para liberarse de la deuda, esa que tanto recuerda a la culpa, a la santísima culpa, de la que nos acusan los curas en las misas. Alguno hay que se ha sentido, sorprendentemente, más feliz a partir de perderlo todo.

Quizá en nuestro fracaso esté nuestra libertad y podamos volver a ser felices, al igual que hacían los Smash, trepando en la noche a los tejados de la catedral de Sevilla.

Achili achili achili chili achili achili ma chili achili achili ma chili achili
Si yo tuviera un palacio de tu no me olvidaria.
Que si yo tuviera un palacio de ti no me olvidaria.
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