Periodista y fotógrafo

¿Dónde está el perro negro hoy?

Se cuenta en el "Discurso sobre la forma cúbica" de Juan de Herrera la tremenda historia del perro negro de el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En las frías noches de la sierra madrileña, hace cinco siglos, se dice que se escuchaban los aullidos de un perro negro que solía vagabundear entre los andamios del edificio que Felipe II estaba erigiendo en un antiguo depósito de escorias, de ahí el nombre de Escorial, para tapar una de las siete puertas del infierno.

Una noche, en la que estos aullidos eran especialmente sobrecogedores, el propio Felipe II dio orden de ahorcar al animal, cosa que hicieron unos frailes. El cadáver permaneció cruelmente colgado hasta pudrirse. La historia del perro negro parecía haber llegado a su fin pero lo cierto es que no había hecho más que comenzar.

Felipe II, uno de los hombres con más poder de la historia, vivía completamente convencido de la existencia de fuerzas sobrenaturales que actuaban en el mundo de los vivos. De ahí su interés por la cábala y las ciencias de lo oculto. De hecho, el Monasterio, probablemente uno de las edificaciones más interesantes y complejas de la historia de la arquitectura, está repleto de símbolos cuya finalidad era frenar a las fuerzas del mal en la Tierra.

Felipe
II, azote de heterodoxos y a la vez un hombre tremendamente heterodoxo para su tiempo, construyó el Monasterio para intentar salvaguardarse de las posibles venganzas de los que él había mandado a la hoguera. Sin duda, aquí hay que ver un claro signo de los remordimientos que azotaban al Emperador, remordimientos que se acentuaron durante los días de su agonía, días en los que para blindarse del miedo a lo que podría esperarle tras la muerte hizo llevar a sus aposentos toda suerte de reliquías de santos y las sobrecogedoras pinturas de El Bosco.

Uno de los grandes miedos del Emperador fueron las apariciones del perro negro tras ser este ejecutado. Felipe II en los peores momentos de su vida, como en la muerte de su mujer o durante los días de su agonía, decía seguir viendo al perro. El propio Rey dotó de simbología a estas apariciones. Según él el perro era una suerte de mensaje que le enviaban las ánimas de todos aquellos a los que él había mandado prender. Aunque, si hacemos caso a otras versiones de esta historia, Felipe II veía también en él al mismísimo Cancerbero, el perro que guardaba las puertas del Infierno. Otros vieron en el perro, al que ciertas leyendas describen rodeado de cadenas, el símbolo de todos los males provocados por la política de mano de hierro que regía los destinos imperiales.

Más allá de la leyenda y de la superspetición lo cierto es que la historia del perro negro se me antoja como uno de los símbolos de la historia más profunda de España. Así, incluso me veo tentado a pensar que Goya, quizá el cronista más lúcido de las esencias de España, pudiera haber pintado su Perro enterrado en la arena influenciado por el espectro que desasosegó a Felipe II.

En la leyenda del perro se pueden ver los traumas de la casa de Austria, no en vano está es la leyenda de un azote al máximo representante de esta dinastía. Por otra parte, estos traumas son en cierta forma los de España, pues la casa de los Austrias hunde sus raíces en el alma de lo español mucho más que la de los Borbones, cuyo reinado fue impuesto en la primera gran guerra civil española (la gerra de sucesión). El propio Madariaga, por ejemplo, fue un gran defensor de la importancia de la influencia de lo germánico en la idea de lo español.

Buscando al perro
Hoy, cuando en las tribunas políticas se vive un encendido debate sobre la idea de España cabe volver a pensar en el perro negro como uno de los grandes leitmotiv de nuestra historia. Estos días los medios de comunicación han informado sobre un suceso que, pese a no tener apenas repercusiones en el plano de lo político, simboliza a las claras el tenso momento que vive España. Me refiero a la siniestra escena que se pudo observar el otro día en la Audiencia Nacional cuando, en el juicio al etarra José Ignacio De Juana Chaos, cuando Ricardo Sáenz de Ynestrillas le amenazó de muerte. Si hay algo que me sobrecoge de esa escena es la frialdad aparente con la que la espectral cara de De Juana Chaos acoge la amenaza. En los días posteriores tanto José Bono como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que parece que no pierden ninguna oportunidad para caldear aún más los ánimos, tampoco ocultaban su desprecio por el preso etarra.

Lo cierto es que, nos guste o no, De Juana Chaos existe y su existencia me hace pensar en la pesadilla que supuso para Felipe II el perro negro. Un juez le ha condenado a 12 años de prisión y algunos parecen estar satisfechos con ello. Incluso a más de uno se le adivina que sentiría un gran alivio si esta segunda huelga de hambre emprendida por De Juana acabase dramáticamente. Sin embargo, De Juana Chaos no es otra cosa que el símbolo de aquello con lo que la España de hoy no puede terminar con meros encarcelamientos. La causa de De Juana Chaos no es justa como tampoco lo es la del mundo al que representa. Pero lo cierto es que él y ese mundo existen y la actual España tiene mucho que ver, por duro que suene, con su existencia. Desde el inmovilismo, desde la autosatisfacción, desde la bravuconada se puede condenar, se puede resistir, e incluso se puede sobrevivir pero no se puede solucionar nada. Los aullidos del perro negro no van a finalizar por mucho que queramos condenar a su cuerpo. Su espectro, su metáfora, persistirá si no pensamos sinceramente en el porqué de sus aullidos.

Compártelo:    Facebook Twitter Google+

La época de agobio es digna de respeto

Cuentan que Edward Munch sólo logro vivir una suerte de cotidianeidad en su depresiva vida cuando estalló la segunda guerra mundial. Sólo cuando los nazis invadieron Noruega el hombre que plasmó la angustia de la existencia en El Grito logró una cierta paz, el desasosiego colectivo que arrasaba Europa le hizo sentirse integrado en aquel mundo en llamas.

Al margen de la patología que Munch arrastrase es seguro que no hizo por combatirla empapando de amor sus épocas de agobio y por ello la vida entera, a excepción del mencionado periodo, se le hizo insoportable. En el prefacio de "El Retorno de los brujos" habla Louis Pawels, uno de los dos autores que firman la obra, de su padre:

Mi padre poseía una treintena de libros alineados en el es­trecho armario de su taller. Junto con las bobinas, los jaboncillos, las hombreras y los patrones había tam­bién, en aquel armario, millares de notas escritas con caracteres menudos y aplicados, sobre un ángulo del tablero, durante las incontables noches de labor. Entre aquellos libros, había yo leído Le Monde avant la Création de l'Homme, de Flammarion, y estaba enton­ces descubriendo ou va le Monde?, de Walter Rathenau. Y fue esta obra de Rathenau la que me puse a encua­dernar, no sin trabajo. Rathenau fue la primera víctima de los nazis, y estábamos en 1936. Cada sábado, en el pequeño taller del curso complementario, hacía mi tra­bajo manual por amor a mi padre y al mundo obrero. Y el día primero de mayo, hice ofrenda del Rathenau encuadernado, al que acompañé con una brizna de mu­guete. Mi padre había subrayado con lápiz rojo, en este li­bro, un largo párrafo que he conservado siempre en la memoria:

Incluso la época del agobio es digna de respeto, pues es obra, no del hombre, sino de la humanidad y, por lo tanto, de la naturaleza creadora, que puede ser dura, pero jamás absurda. Si es dura la época en que vi­vimos, tanto más debemos amarla, empaparla de nues­tro amor, hasta que logremos desplazar las pesadas ma­sas de materia que ocultan la luz que brilla al otro lado.

Yo también memoricé aquellas palabras en cierta época de agobio hace años y a mi también me ayudaron a desplazar las pesadas masas de materia. En todo el tiempo que medio entre las penumbras y la luz descubrí que ni la luz desaparece nunca por completo ni la oscuridad es capaz de sepultarlo todo. Que la luz brille o que las tinieblas permanezcan es una cuestión de percepción. Al fin y al cabo el Sol sale todos los días, nos demos o no cuenta.
Compártelo:    Facebook Twitter Google+

Dos submarinistas encuentran un rebeco nadando a dos millas de la costa (Fuente: El Mundo)

Foto: Wikimedia Commons (GNU Free Documentation License)

MADRID.- "No sé cómo explicártelo", decía por teléfono Miguel al llamar a la Coordinadora para el Estudio y Protección de Especies Marinas (CEPESMA). No era para menos. Lo que se acaba de encontrar mientras buceaba con su hermano a unas dos millas de la costa de Cudillero era ni más ni menos que el rey de las cumbres: un rebeco. Entre ambos lograron rescatarlo y llevarlo a tierra firme sano y salvo.

El peculiar suceso se produjo el pasado viernes, cuando los hermanos Juan y Miguel Ángel Álvarez Fernández, ambos vecinos de la localidad de Grado (Asturias), estaban practicando pesca submarina. Al subir a la superficie después de la inmersión, localizaron el animal.

"Vimos algo nadando entre las olas, pero no lográbamos reconocer qué animal era", señalaron los dos al concluir su peculiar aventura. Al acercarse, vieron perplejos unos pequeños cuernos, y luego unos ojos grandes y hermosos. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que habían encontrado nadando unas dos millas al norte de la playa un animal nada marino, sino más bien lo contrario.

Entre los dos lograron subir al animal a su lancha y desde allí llamaron al CEPESMA, en cuyas instalaciones Cristina apenas daba crédito a la llamada. Posteriormente, trasladaron al rebeco hasta el puerto de San Juan de la Arena y desde allí el CEPESMA le recogió para llevarle al Centro de Recuperación de esta organización en la localidad de Luarca.

Ya en el Centro, los veterinarios pudieron constatar que el rebeco no tenía anomalías reseñables, y lo único que tuvieron que hacer fue proceder a su rehidratación, a la espera de que el animal no sufra ninguna secuela por el estrés de tan extraña aventura marina.

Por el momento, los técnicos de CEPESMA no han conseguido explicar cómo llegó el rebeco hasta alta mar, aunque hay algún precedente en la costa asturiana de localizaciones de ejemplares de jabalíes o corzos nadando en mar abierto.

El rebeco es una especie que vive habitualmente en las cumbres de las montañas. Suele medir entre 100 y 75 centímetros de altura, y pesa unos 20 kilos. En Asturias, los rebecos son muy frecuentes en las cumbres más altas de la cordillera cantábrica, tanto en la zona suroccidental de la región como en la zona central y en los Picos de Europa. La presencia de estos animales se suele dar en altitudes superiores a los 1.000 metros, y casi nunca viven al nivel del mar.

Compártelo:    Facebook Twitter Google+

Galaxias haciéndoselo


Foto: NASA, ESA, and the Hubble Heritage Team (STScI/AURA)-ESA/Hubble Collaboration

Esta fotografía tomada por el telescopio Hubble, recomiendo pulsar sobre la imagen para ampliarla, corresponde a un suceso que pasó hace nada más y nada menos que 68 millones de años, que es la distancia en años luz a las que las galaxias Antennae se encuentran de nuestro planeta.

Esta furiosa y magnífica cópula ha dado como resultado un "polvo de estrellas" del cual han salido millones de nuevos soles. Este apasionado encuentro comenzó hace 500 millones de años, que es casi tanto como una eternidad en el amor, y los astrónomos dicen que sirve como previsión de lo que sucederá a nuestra galaxia, la Vía Láctea, cuando se funda con nuestra vecina ándrómeda, de la que nos separan dos millones y medio de años luz.
Compártelo:    Facebook Twitter Google+

Archivo

Ramón Peco. Con la tecnología de Blogger.

Buscar este blog

Scroll To Top